Para aquellos donde predomina el pensamiento estratégico, el trabajo inteligente es mucho más importante. Ya que se trata de pensar y razonar la mejor forma de resolver alguna actividad, todo lo contrario al trabajo duro. Un ejemplo sería si a dos trabajadores les piden romper una pared. El trabajador inteligente gastará 2/3 del tiempo asignado pensando en la mejor manera de hacerlo. Por otro lado, el trabajador duro se encargará de golpear la pared sin descanso.
Tanto la estrategia, como el trabajo duro son muy importantes. Sin embargo, cuando el trabajo duro se traduce en simplemente invertir horas y energía sin ningún plan, estrategia o propósito, no es más que un desperdicio. Para explicarlo de mejor manera, pensemos en una famosa frase de Abraham Lincoln, la cual dicta lo siguiente: «Si me dan seis horas para talar un árbol, pasaré las cuatro primeras afilando mi hacha». Así da a entender que todo trabajo duro debe ser pensado de manera prudente.
También existe otra frase que implica que todo trabajo duro, el cual implique la inversión bruta de esfuerzo y recursos, no vale la pena. Es más, ni debería ser reconocido, por el contrario podría ser reemplazado por máquinas.
Teniendo eso en cuenta, es muy importante considerar que independientemente de si se tenga o no talento para alguna actividad específica. Lo cierto es que gracias al trabajo inteligente se puede definir un plan o incluso investigar medios para realizarla. Mientras que el trabajo duro simplemente sería entrar de lleno a improvisar. Pero, también cabe recalcar que en combinación son un fuerte poderoso para cualquier trabajador, ya que se trata de estrategia y esfuerzo en conjunto.
Fuente: Emprendices