Hay quienes dicen que no hay malos clientes, sino servicios que no se ajustan a lo requerido por ellos. La frase tiene sus tintes de cierto, pero tampoco es una premisa del todo verdadera. Tanto clientes como empresas que prestan un servicio tienen roles que deben cumplir una vez que asumen su compromiso. Lamentablemente, los primeros no aceptan su posición, y más que ayudar a realizar una buena labor, agobian el trabajo de la empresa.
Así como hay malos servicios, también hay malos clientes, y de diferente tipo. Obviamente cuando nos referimos a esta tipología, hablamos de casos extremos que suelen existir en el mundo de los negocios: clientes que no saben lo que quieren; clientes que no tienen una buena comunicación con su servidor; clientes que creen conocer todo e interrumpen la labor de la empresa contratada.
Tenemos claro que el compromiso de la empresa es satisfacer las demandas de los clientes. Pero no olvidemos que estos últimos también tienen un compromiso, que es aceptar que acudieron a un servicio por iniciativa propia y que nadie los obliga a quedarse con ellos.
Si eres emprendedor y tienes un negocio que ofrece servicios, tal vez te hayas topado con la siguiente tipología de los malos clientes.
¿Cuál es la tipología de los malos clientes?
Según el portal DesignTaxi.com, existen 5 tipos de malos clientes:
El sabelotodo. Existen clientes que lastimosamente creen saber todo lo relacionado a tu trabajo y constantemente te dan órdenes que dificultan tu labor. Este tipo de actitud, aparte de ser molestosa, es bastante contradictoria; pues si creen saberlo todo: ¿por qué te contratan?. Está bien que te den sugerencias, pero la intromisión diaria desmejora el talento y la capacidad del profesional.
El indiferente. Hacia el otro extremo tenemos al cliente indiferente, que si bien no pasa entrometido en nuestro trabajo, exagera en su grado de NO intromisión. Estas personas, por el contrario, les da igual qué hace el servicio contratado. No aportan en ideas y no dan sugerencias para mejorar el trabajo. Al igual que el primero, tampoco tienen buena comunicación, pero su razón es más apegada al quemeimportismo. Aunque no lo crean, esto también dificulta la labor de una empresa.
El caprichoso. Casi igual al sabelotodo, pero con la diferencia de que este no tiene argumentos válidos que sustenten sus quejas ante el servicio. Estos son los más peligrosos porque llegan al punto de no aceptar un trabajo bien hecho por el “capricho” de que no le convence, pero al momento de preguntarles porqué, ellos tampoco saben. Llegan a ser una pérdida de tiempo y esfuerzo para una empresa.
El apurado. Es verdad que el tiempo es valioso para todos, pero querer tener todo al instante tampoco es bastante lógico, en especial si lo que se pide requiere de un proceso mental y de tiempo para que sea bueno. Aunque este tipo de cliente es más manejable que los mencionados hasta ahora, si quieres evitar estrés o un mal trabajo entregado que mancha tu reputación, mejor evítalos.
El apretado. Esta clase de clientes son los que no valoran tu esfuerzo. Y decimos esto porque siempre buscan rebajas a un trabajo que tiene su tarifa fija. Estas personas creen que están pagando por un servicio que tomó un día, pero no saben que detrás de ello existen años de trabajo para lograrlo. No te rebajes a los estándares de estas personas, y evítalas.