La semana pasada, en el Encuentro de Emprendedores Ecuatorianos, la Fundación Narices Rojas participó como un caso de éxito. Éxito porque, siendo una organización sin fines de lucro, ha logrado operar durante seis años en Guayaquil y en todo Ecuador, llevando risas a más de 100.000 personas hasta este año, según su fundadora, Raquel Rodríguez. Su labor no puede ser más noble: en hospitales, en zonas de desastre o en escenarios, los voluntarios de Narices Rojas transmiten la buena vibra de un payaso a enfermos o a personas damnificadas por una catástrofe, sin más paga que una (o varias) sonrisas. ¿Pero cómo se mantiene activo un proyecto así, sin ánimos económicos? En la entrevista a continuación, Raquel detalla su método.
¿Cómo se financia una fundación como la tuya?
Cuando empecé yo trabajaba en un colegio y tenía mis fondos de reserva. Entonces para hacer el primer Encuentro Internacional de Payasos de Hospital conseguí que nos donaran pasajes, que nos subvencionaran la alimentación. Pero en general, empecé con mi bolsillo. Luego se fueron uniendo voluntarios al proyecto y comenzamos a hacer eventos, como pulgueros, bingos… Así nos manteníamos, hasta que en 2009 abrimos la Escuela de Clown e Improvisación, que se mantiene hasta la actualidad tratando de hacer procesos sostenibles. De ahí, tenemos un elenco con el que hacemos espectáculos de payasos y un porcentaje de esos ingresos van para la fundación.
¿Aplican la misma fórmula para cuando dan talleres?
Sí, de todo taller que damos un porcentaje es para la fundación, siempre, talleres para empresas o si hacemos funciones.
¿Cómo ha sido la experiencia de Fundación Narices Rojas como emprendimiento social?
Ha sido muy enriquecedora a nivel espiritual. Hemos llegado sin muchos recursos, pero con voluntad, ganas y pasión, a más de 100.000 personas. Es una organización que tiene mucho futuro, a la que no hemos visto como un medio para lucrar, pero sí necesita recursos para poder hacer crecer la organización y difundir más los proyectos.
¿En la experiencia que has acuñado, a qué sectores puede apuntar una fundación en busca de recursos para operar?
Al sector de la empresa privada. Ahora estamos haciendo una campaña que se llama Tengo el corazón contento, en la que invitamos a una empresa para que compre un taller y apoye a la fundación; la idea es aliviar el clima laboral, el payaso va, hace una intervención lúdica en el espacio y hace que la comunicación entre el personal sea más fluida a través del juego. Hay gente que ha estado ocho años sentada en el escritorio de al lado y nunca ha hablado, tocado ni abrazado a su vecino. A través de la risa logramos que la comunicación mejore. También rompemos esas barreras de yo soy tu jefe, tú mi colaborador.
¿Y en el sector público, has encontrado apoyos?
Financieros no, pero sí me han abierto las puertas en el Hospital Francisco Icaza Bustamante y en el León Becerra.
¿Qué es lo más importante de un emprendimiento como el tuyo?
El hecho de querer que la gente tenga una mejor calidad de vida. Nos ocupamos mucho de la parte física, y está bueno, pero no nos ocupamos de la salud emocional y a veces no somos capaces de sentirnos. Hay que hacer cada día de tu vida una historia de alegría.
¿Una fundación sin fines de lucro puede sobrevivir a largo plazo?
Haciendo proyectos, consiguiendo fondos. Se necesita un equipo estable, que se ocupe de las metas que se puedan sostener. Mi sueño es tener un staff de payasos con los que pueda contar de lunes a viernes y que eso se sostenga en el tiempo, aunque yo ya no esté.