No hay palma que se haya enraizado en Guayaquil más que esta: Dulcería La Palma lleva 104 años en la ciudad. Tiene la longevidad de los abuelos de Vilcabamba y recetas tan bien guardadas que han logrado mantenerse a lo largo de cuatro generaciones de la familia Costa: el árbol genealógico y administrativo de La Palma que se inició con el español Martín Costa Carbonell, que en agosto de 1908 se hizo con el negocio que le sobreviviría.
Es así que familia, sabor y buenos precios, son el trébol que ha permitido a este emprendimiento, pese al tiempo, las crisis y un incendio, durar en medio de la competencia e incrementar de uno a dos los locales en la urbe, ubicados en el centro y el sector de Urdesa. Así lo cuenta Beatriz Lértora de Costa, administradora desde 2007. “Al ser una empresa familiar, La Palma, se puede dar el lujo de seguir en el mercado manejando los mejores precios, porque todos están de acuerdo”, comenta.
Por esa razón también se oponen a crear franquicias y dejar la calidad trabajada por más de un centenario en manos de cualquiera. Beatriz recuerda cómo esa calidad de la que habla se manifiesta desde los huevos que usan para sus postres, que con la inmediatez de los adelantos dejaron de ser de gallinas comunes y pasaron a ser de “ponedoras” criadas a puro balanceado.
El cascarón resistente de este emprendimiento está en los saloneros, que suman cinco, además de tres vitrineros con los que cuentan en el establecimiento principal en el centro. Beatriz se da por satisfecha con su personal y, pese a que alguna vez le recomendaron que elevara el número de personas, ella se mantiene. “Si yo me rebaso al poner más personal, eso no quiere decir que la atención va a mejorar, porque yo conozco al trabajador, cuando tiene una ayuda, no es que se mantiene sino que el ritmo lo baja. Esa es la idiosincrasia del ecuatoriano”, explica.
Por ello, Beatriz resume todo en disciplina, porque por muy bueno que sea un emprendimiento y aunque toda la familia esté involucrada, esto no asegura una permanencia en el mercado. “Conozco de negocios de que todo el familiar manotea la caja, y también quiebra la empresa. Aquí no”, asegura. La crisis española por lo tanto, lejos está de causarles inflación a los dulces. Porque en La Palma según Beatriz: “Los clientes ordenan y mandan».