Con la calle dañada donde está ubicado de su principal local en Guayaquil, entre las calles García Avilés, entre Aguirre y Ballén, Marthita Castillo de Yépez, ha creado una de las joyerías más importantes de la ciudad. Aunque la regeneración urbana, asegura esta emprendedora, es necesaria, le ha costado una baja en sus ganancias.
Pero todo cambia cuando se ingresa al local. Puede ser que el mismo efecto del oro hace que los ojos de cualquier persona brillen, y que varias mujeres- en especial- se derritan por las creaciones hechas por ella, quien descubrió su amor por la orfebrería a los 5 años, cuando su padre -Gonzalo Castillo- decidió abrir su propia joyería en 1952, poniéndole el nombre de su primogénita. “Desde pequeña adoraba las joyas y el trabajo que hacía. Cuando cumplí 8 años me volví una de las mayores críticas de su trabajo. Le decía si algo estaba bonito o no y lo ayuda en lo que más podía”, recuerda Marthita.
Pero no fue hasta el colegio cuando ella decidió ser más activa con su primer trabajo. Estudió en el 28 de Mayo y era la encargada de hacer publicidad en su institución sobre la labor de su padre, de esta manera entregaba tarjetas de presentación y les hacía un análisis a las prendas de sus compañeras para darles un diagnostico sobre que tenían que hacer en ellas si estaban dañadas.
Cuando terminó su instrucción de segundo nivel, decidió estudiar Economía, carrera que no pudo terminar por el tiempo que le exigía la joyería. Se casó cuando tenía 26 años y fue después de esto que decidió abrir su propia joyería, porque creía que ya había aprendido lo necesario y que era su momento de poner su propio emprendimiento.
“Cuando puse mi propia joyería no sabía si ponerle mi nombre porque así se llamaba la de mi papá y no quería quitarle su clientela”, recuerda Marthita. Por este motivo pasó un año sin el rótulo, pero cuando las personas pasaban por ahí la identificaban y se quedaban con ella. Pero a pesar que la joyería de su padre ya cerró, sus hermanos abrieron una con el mismo nombre, lo que ella asegura ha creado nuevamente una gran confusión entre algunos de sus clientes.
Al iniciar en su propio local, cerca de donde está actualmente, recuerda que no contaba con un capital fijo, solo con un gran capital humano que era: ella, unos pocos operarios jóvenes y su esposo. “Los clientes que me conocían dejaban sus prendas- ya sea para arreglar o crear nuevos diseños con piedras que ellos tuvieran- y me pagaban por adelantado. Esto ayudaba a que sacara adelante el negocio”, cuenta Marthita. Actualmente cuenta con un aproximado de 50 personas trabajando en los diferentes locales- cuatro- que se encuentran en diferentes centros comerciales de Guayaquil.
Esta emprendedora recuerda que cuando se inició no había mujeres que se dedicaran a hacer joyas, por eso cree que ella abrió las puertas a las mujeres en esta industria. Pero no todo ha brillado para esta emprendedora, ya que a causa de la delincuencia le robaron en su local del centro hace más de 25 años, y sufrió la muerte de un hijo por quererle robar el auto.
“Dios es bueno, y sabe lo que hace. Yo les estoy agradecida por todas las bendiciones… Actualmente mis otros dos hijos trabajan conmigo”, cuenta y asegura estar muy feliz porque tuvo la suerte de soñar despierta y crear su propio emprendimiento. Como una anécdota que recuerda siempre, es que a sus hijos les enseñaba los colores con joyas preciosas y a contar con los dijes; y cree que por esto ellos siguieron sus pasos.
Asegura que desde sus inicios ha brindado asesoría a los hombres, los cuales calcula que son el 60% de sus clientes. “Conozco sus gustos, además de conocer el gusto de las mujeres, eso me da una gran ventaja”, cuenta Marthita.
Dice sentirse orgullosa de que las personas están creando el concepto de que los productos hechos en Ecuador son mejores, porque cree que aquí se puede realizar productos hechos a mano, artesanalmente, con ideas propias y que se trabajan en cada detalle. Por eso su materia prima la adquiere de diferentes provincias del país.
A pesar de no haber estudiado diseño, recibió el año pasado el título de Honoris Causa de diseñadora del Instituto Eurodiseño, además del Premio Hispanoamericano a la creación Artística en Estados Unidos. “Me inspiro en las mujeres y en los hombres para crear sus joyas, creo que la perfección está en la sencillez y de acuerdo a su gusto de cada persona”, asegura.
Desde hace más de 25 años ella es la encargada de hacer la corona de la Reina de Guayaquil, pero con el tiempo otras diseñadoras también intervienen. De igual manera, ella sigue donando la insignia de la Estrella de Octubre -un collar-, que es su manera de expresar el amor que le tiene a esta ciudad.
Sabe que el negocio del oro es muy cambiante, y en los últimos dos años -asegura -que su materia prima ha subido de precio un 300% y eso ha causado que alrededor del mundo se cierren varias joyerías, pero cree que el oro es una de las pocas cosas que si se lo sabe guardar y valorar este perdurará. Entre risas confiesa que no lo es mismo tener fantasía que tener oro y por eso cree que el mercado mejorará.