Un reciente informe publicado por el Ministerio de Trabajo Japonés nos ha puesto a pensar en los emprendedores de Ecuador. ¿Por qué? Por una cuestión de contrastes: en Japón, el índice de universitarios que encontraron trabajo al terminar su carrera el pasado mes de marzo alcanzó el 93,6 por ciento, es decir, casi la totalidad de graduados. ¿En Ecuador, cuál será ese índice? ¿Cuántos licenciados o universitarios son capaces de insertarse en el mercado laboral?
Aunque ni en la página del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) ni en la del Banco Central del Ecuador se detallan tales datos, podemos hacer una aproximación: para marzo de 2012, según el INEC, la población económicamente activa era de 4.637.828 personas y, acorde con estadísticas del BCE, el 27.6% de esta cifra estaba entre los 18 y 29 años, edad en la que normalmente se acaba una carrera universitaria.
Aunque 27.6% puede sonar a un número alto (equivaldría a unas 1.252.213 personas), es abismal la diferencia entre la porción que ocupan los jóvenes (de 18 a 29) en el mercado laboral con la porción que ocupan las personas de 30 años en adelante, que se aproxima el 70%. Ahí es donde entran los emprendedores.
La situación no es la ideal, es cierto, pero si no se emprende por vocación se lo hace por necesidad. Si un graduado no es capaz de unirse a ese 27.6% de jóvenes económicamente activos por medio de una empresa que lo convierta en su empleado ¿qué debe hacer? ¿Cruzarse de manos? No, ni mucho menos. Debe emprender por su cuenta, sin miedo a equivocarse, pero tomando sus precauciones. ¿Capital inicial, recursos, oportunidades en general? Las hay, pero no están a la vista de quien no las busca.